UNA EXPEDICIÓN PELIGROSA EN LA ESCUELA NACIONAL EN
PINAR DEL RÍO
Por
Roberto Ordúñez Fernández
Transcurría el año 1985 cuando llegó a la
dirección de nuestro grupo de arqueología Cacique Hatuey, la noticia que
debíamos partir para un Curso Nacional de Arqueología y Espeleología en la
Escuela Nacional de Espeleología en la Comunidad Moncada en Pinar del Rio. Los
miembros del grupo seleccionado fueron Roberto Ordúñez, Pedro Pérez Avella,
Alberto Gonzales, Blanca Quiroga, Armando Piedra, Manuel Gilbert y Reynaldo
Mesa.
Partimos para Guantánamo de donde nos
esperaba una despedida en la sede del Gobierno en la provincia, nos reunieron
juntos a otros grupos de compañeros de otra parte de la provincia que debían
pasar el deseado curso, las palabras de despedidas fueron a cargo de Michel Vargas,
presidente del gobierno en Guantánamo, al terminar sus palabras halagadoras,
nos condujeron al exterior del recinto y allí nos esperaba un ómnibus muy
antiguo, se trataba de una guagua Skoda de fabricación Checa que nos
trasladaría a nosotros y a los demás grupos de la provincia hasta Pinar del
Rio. El camino al principio fue acogedor, ya después entre la distancia
recorrida y las roturas del ómnibus que cada 160 Km dejaba de funcionar y
además por lo incomodo de los asientos fuimos ganados kilómetros recorridos, fuimas
ganando kilómetros y dejando atrás Camaguey, Ciego de Ávila y Matanzas, después
de más de18 horas llegamos a la añorada capital, la Habana y de ahí continuamos
hasta la comunidad Moncada, lugar donde estaba la Escuela Nacional, en el trayecto
nuestras miradas se alegraron al ver las sierras de Pinar de Rio, muy
diferentes a las nuestras de Oriente, nos deleitábamos observando los mogotes
del valle de Viñales y otras impresionantes cordilleras de esta región
occidental, varias horas mas de recorrido hasta que el ómnibus se detuvo, la
voz del chofer al parecer de mala gano interrumpió nuestras meditaciones con
una voz potente¨ Muchachos ya llegamos¨, allí, al bajar, nos esperaban el
Doctor Antonio Núñez Jiménez, Nicasio Viñas vallé y otros destacados
científicos cubanos que formarían el claustro de profesores de la escuela pero
además un grupo de hombres ya cargados en edad, se trataba de los llamados
Malagones, supimos después que estos fueron un grupo de valientes campesinos de
allí de Moncada que dieron su paso al frente al llamado de Fidel para perseguir
grupos de insurrectos en todas estas montañas, para darnos las bienvenidas, de inmediato
fuimos conducidos a nuestro albergue, valioso dormitorio, era una casona
inmensa de esas que hay en esta zona del occidente de Cuba para curar el
tabaco, nos acomodamos como pudimos y sin organizar nuestros equipajes nos
tiramos a descansar en unas literas que serían nuestras camas por todo el
tiempo en que estaríamos allí, Al otro día en horas tempranas todos los alumnos
fuimos conducidos hasta unos de los salones principales de la Cueva de Santo
Tomas, una de las grutas más largas del Caribe, formamos todos por grupos a
manera de escuadras, por municipios y provincias, poco minutos después el sonido
de varios carros militares que sin detenerse entraron hasta dentro de la cueva
próximo a donde estábamos, pues esta cueva es inmensa de grande y sus salones
muy altos, al abrirse sus puertas hechas de cabilla de acero para dar paso a
aquella caravana, pudimos ver claramente los rostros de Raúl Castro Ruz y
Antonio Núñez Jiménez juntos a otros altos funcionarios del gobierno, un gran
silencio se apoderó de todo el lugar, todo hasta que minutos después el Doctor
Nicasio Viñas se colocó en frente de nosotros y nos dio de nuevo las
bienvenidas, al mismo tiempo expresó algunas palabras halagadoras, siendo
secundado posteriormente por Núñez Jiménez y finalmente Raúl Castro quien en
sus palabras finales expreso refiriéndose a nosotros, ¨ Ustedes, son unos de
los primeros espeleólogos en cursar por esta escuela, ustedes deben cuidar una
vez terminado el curso estos ricos valores naturales y patrimoniales al precio
que sea necesario¨, después de un largo discurso terminó con unas palabras del
apóstol José Martí “ Un principio justo desde el fondo de una cueva puede más
que un ejército”. El curso fue bastante profundo y duro, pero logramos
enfrentarnos sin dificultad a todos los contenidos que se habían programados,
recibimos clases de arqueología, espeleología, alpinismo y cartografía, casi en
la recta final de este evento nuestro grupo fue seleccionado el mejor grupo del
país, Pedro Pérez y yo, los mejores alumnos.
A raíz de estos resultados Nicasio Viña por orientación de Antonio Núñez
Jiménez y como parte del Consejo de
Dirección de la escuela proponen para nosotros un regalo por tan buen trabajo
desarrollado, se trataba de hacer una expedición al Valle de Quemado, lugar
donde existía una depresión encima de un mogote de los tantos que existen en
Pinar del Rio, en el fondo de esta depresión se observaba una cueva que el
Doctor Antonio Núñez Jiménez había visto desde un helicóptero, y que nunca se
había ni estudiado ni cartografiado, nosotros seríamos los privilegiados, en
ser los primeros protagonistas en desarrollar tan peligrosa e encomiable
actividad, por eso fuimos seleccionados, algunos de los alumnos de otras
provincias nos felicitaban, otros con sus miradas nos expresaban por lo que
pudimos entender ¨Valioso regalo muchachos¨, esa misma tarde preparamos nuestras
mochilas cargadas de alimentos y todo lo necesario para el viaje del día siguiente, dentro de
ellos sogas y equipamientos de alpinismo ya que era un lugar de muchas
pendientes peligrosas. El día 15 de junio del año 1985 partimos hacia el valle
de Quemado no todos ya que decidimos que Blanca Quiroga no participara, ya que
como mujer le sería bastante engorrosa la caminata, como buenos investigadores,
primeramente, tomamos la orientación del mogote con nuestra brújula y después
de ser despedidos por Nicasio Viña, parte del claustro de profesores y otros
compañeros de curso, emprendimos la caminata siempre rumbo 180 grados como nos
marcó la brújula. La caminata fue por más de 3 horas, en la primera hora
después de haber pasado por una granja avícola en un pequeño valle que daba su
paso entre aquellos desafiantes mogotes, nos detuvimos unos minutos para
comprobar con la brújula si en verdad íbamos bien, continuamos la marcha y después
de 2 horas más llegamos a las proximidades del mogote que debíamos escalar, sin
pensarlo dos veces y con el deseo de consolidar nuestro propósito comenzamos a
subir por aquella empinada y escabrosa pared cárcicas llena de grietas, maniguas
y espacios muy peligrosos. 45 minutos duró la escalada para llegar a la cima,
donde decidimos tomar un descanso. Después de 20 minutos decidimos descender. Según
nos habían indicado continuamos por un pequeño pasadizo entre dos paredes
cárcicas, el que nos conduciría hasta una profundidad de 200 metros donde
seguramente estaba la cueva. En verdad todo hasta aquí fue fácil, rápidamente
al llegar al fondo de aquel embudo que se alzaba a manera de un enorme cráter
de Volcán, Manolo Gilbert nos señalaba con su mano la entrada de lo que parecía
una cueva, y no se equivocó, en el lugar señalado nos esperaba esta galería
para que hiciéramos el trabajo por lo cual estábamos allí. rápidamente
comenzamos a instalar nuestro campamento en la boca de esta gruta, todo un
conjunto de provisiones como medicamentos, alimentos enlatados, panes, leche en
conserva fueron colocadas en una cornisa de la gruta que estaba cerca de
nosotros. Contentos todos y ya cayendo la tarde, nos pusimos a planificar lo
que debíamos hacer el próximo día, pero en lo que charlábamos, fuimos
interrumpidos por unos aullidos aterradores, lo que motivó el pánico de todos
nosotros, por lo que pudimos escuchar se trataban al parecer de algunos perros
jíbaros que merodeaban nuestro campamento, los aullidos cada vez los sentíamos
más próximo a nosotros, lo que hacía más fuerte nuestro miedo, en verdad
estábamos aterrorizados como nunca antes, éramos un grupo de jóvenes que apenas
habíamos cumplido los 22 años. Nos pusimos a escuchar y a observar cada movimiento
a nuestros alrededores pero en los matojos y maniguas pudimos ver por los
movimientos algunas jutías muy mansas a nuestra presencia, que nos miraban como
alertándonos de algo terrible que podía pasar. Por unos minutos el silencio en
nosotros provocado por el miedo se agudizaba más hasta que yo como director del
grupo y con la responsabilidad que debía tener en este momento, rompí con aquel
silencio y dije refiriéndome al grupo—miren muchacho, lo que tenemos que hacer
es trasladar todas las provisiones y pertenencias para más dentro, en una
cornisa de la cueva y dormir en lugares altos--- Pero después medité y les
dije—Muchachos en fin las cuevas de día y de noche son oscuras, es mejor hacer
la cartografía de esta gruta cuando caiga la tarde es decir en la noche---, La
noche ya nos caía encima y aún los ladridos de los perros jíbaros continuaban
escuchándose, pero para no dormir era mejor trabajar. Cartografiamos la cueva
con mucha dificultad pues era muy grande y además muchos salones falsos, ya que
estaban formados por derrumbes de grandes bloques que habían formado salones en
su caída de grandes alturas de la gruta, pues precisamente este salón en el que
nos encontrábamos medía 20 metros de altura. En nuestro andar por otros de los
salones observamos en el lodo formado por la tierra y el agua, unas pisadas de
botas, esto nos sorprendió por lo que con mucho cuidado continuamos ya que
ahora eran los jíbaros y un habitante desconocido dentro de la gruta, habitante
que al no verlos en todo el trabajo que desarrollamos, llegamos a pensar que
estas huellas respondían a algún alzado del período de la búsqueda de bandidos
en esta área. A las 4 de la mañana de ese día terminamos de cartografiar la
cueva que bautizamos con el nombre Guantánamo en 26 y que ahora por sus
estratos estar en la misma dirección, se decidió anexar la longitud de esta a
la Gran Caverna de Santo Tomás. Descansamos un rato en uno de los salones y
aprovechamos para merendar pan con carne prensada, jugo y leche con mermelada
de guayaba, en compartir y charlar nos dieron las 6 AM, desde allí pudimos ver
los primeros rayos del sol que nos daban la sorpresa de que ya era un nuevo
día. Rato después recogimos todos nuestros recursos de espeleólogos y otras
cosas que nos acompañaban en el viaje y decidimos por temor a los Jíbaros,
regresar, pero la sorpresa fue muy molesta ya que al intentar regresar por
donde habíamos venido, por más que buscábamos no podíamos descubrir el abra por
donde el día anterior habíamos llegado hasta allí. Fueron momentos muy
desesperados por todos, nuestro grupo perdió la calma y ya ni a mi como
presidente del colectivo me respetaban, la desesperación provocó que el grupo
se dividiera en tres, nadie escuchaba mis súplicas por no desintegrarnos, en
fin Pedro y Manolo por un lado Alberto por otro Armando Piedra, Reinaldo Mesa y
yo por otro sin saber a dónde íbamos en realidad. Al rato después de varias
horas de desesperación nos encontramos con Alberto, a quien le preguntamos por
los demás pero su cara nos decía que no tenía respuestas. Continuamos por
aquellos pasadizos naturales del Mogote de Quemado y por más que tratábamos de
observar alguna pista únicamente ante nuestros ojos no era más que pedruscos,
pasadizos malos y matorrales, de repente el silencio fue interrumpido por un
grito muy fuerte de alguien, al dirigirnos en dirección al lugar encontramos a
Pedro en el suelo con una piedra que se había derrumbado y le había aplastado
un dedo de los pies, rápidamente ya todos juntos le asistimos, le quitamos la
piedra de encima, casi le había aplastado un dedo. Varios minutos por lo
sucedido, impidieron que continuáramos la marcha, por lo que, como buenos
amigos, olvidamos todas nuestras diferencias y ahora con Pedro accidentado
debíamos enfrentar nuevamente la tarea de regreso aunque con más dificultad. La
tarde ya nos caía encima, y la sed se nos acentuaba mas, rezones por lo que
fuimos de nuevo a la cueva, allí en unos pequeños pozos que nosotros le
llamamos gours, que en ocasiones se llenan de aguas producto de las aguas
carbonatadas en su desplazamiento, pues este pozo el día anterior lo habíamos
visto pero también habíamos visto sobre sus agua flotando, un murciélago en muy
mal estado de descomposición, fueron las razones por la que no quisimos
aprovechar esta agua, ahora la sed y la desesperación, nos hacía olvidar todos
estos detalles. En verdad apartamos los restos del infeliz animalito, tomamos
por primera vez en dos días un poco da agua, luego nuestras cantimploras y las
llenamos de agua sin importarnos las consecuencias que esta nos podía causar
por aquel murciélago en descomposición, que suponemos había contaminado tan
preciado líquido. En este suplicio por
encontrar el abra para salir de aquel cráter de unos 200 metros de diámetro por
250 metro de profundidad, nos cogió la noche, de igual manera que el día
anterior, por temor a los jíbaros que ya los escuchábamos decidimos dormir en
el segundo salón de la cueva, lejos de la entrada, donde encendimos una fogata,
allí con precaución y velando por si algunos de estos perros sanguinarios se
aproximaba, después de varios minutos
decidimos ir a nuestra incomoda cama de piedra en el segundo salón y a esperar por
el nuevo día. Ya en la madrugada algunos murciélagos que revoloteaban muy cerca
de nosotros, nos anunciaban la presencia del nuevo día, salimos al exterior con
precaución y como otras veces el sonido de las aves y algunas jutías que
devoraban algunas semillas encaramadas en las ramas de los árboles, mirándonos
fijamente al parecer nos saludaban por el nuevo día. Aprovechamos este momento
al parecer tranquilo para yo como director de la expedición, dar algunas
instrucciones, hice saber a mis compañeros la siguiente observación, pues el
día en que partíamos para este mogote, la brújula marcaba 180 grados, pues el
inverso de este azimut sería 360 grados, dirección que seguramente nos llevaría
a nuestro destino, es decir a nuestro campamento en el Valle de la Comunidad
Moncada, donde estaba la escuela. Todos muy conforme inclinamos nuestra
brújulas en la dirección acordada y tomando todos nuestros pertrechos y
equipamiento partimos en esta dirección, pero algo ahora se nos presentaba como
un obstáculo, delante de nosotros de una manera imponente se alzaba una enorme
pared de piedras caliza de más de 200 metros de altitud, Armando Piedra se vira
mirándome y me dice—Y ahora que hacemos--- Pues seguir esta dirección cueste lo
que cueste y como buenos alpinistas desarrollar nuestra destreza aprendida,--Le
dije--, todos nos miramos, y observamos aquella pared que de una manera
desafiante se alzaba ante nuestras miradas. Era momento de tomar decisiones sin
mirar hacia atrás, por lo que todos en el afán por salir aquella terrible pesadilla,
sacamos nuestras sogas y algunos equipamientos de alpinismo y comenzamos a
escalar la enorme pared cárcica, todos nosotros en este momento por el miedo a
que un pie nos fallara y por la altura que desafiábamos, no hacíamos más que
mirar la pared, muy cerca de nuestro ojos, sin mirar tan siquiera un minuto
hacia abajo. Habíamos desafiado ya casi 100 metro, cuando a esta altura
prácticamente colgados, decidimos tomar un aire para descansar, ya a esta nivel
de altitud, observábamos muy próximo a nosotros algunas aves carroñeras y de
rapiñas que haciendo un zumbido macabro en su desplazamiento, parece que no
querían que nos fuéramos de este lugar. Después de algunos minutos, di la orden
de continuar, en lo adelante por suerte no hubo ningún incidente, nuestro grupo
supo muy bien poner en práctica las lecciones de alpinismo aprendidas en la
escuela. Llegamos sin darnos cuenta a un escarpe donde la subida se hacía más
suave y pudimos percatarnos que ya estábamos en la cima del mogote, ya todos a
esta altura y al ver una pequeña planicie como símbolo de haber logrado nuestro
propósito, nos abrazamos todos, algunos reíamos, otros lloraban por la alegría.
Alberto y Manolo como buenos cristianos daban gracias a Dios por habernos
sacado de aquel infierno. Allí encima del mogote, descansamos por más de media
hora, yo fui el primero en despertar y les di instrucciones a los muchachos del
grupo de verificar que no se nos quedara nada, luego después emprendimos el
descenso rumbo a la escuela sin contratiempos. Después de varios minutos de
caminata, algunas aves de corral, al pasar próximo a algunas casas de
campesinos, dejaban escuchar su voz con un cantico que nos parecía como una
bienvenida para nosotros, de esta forma y sin más problemas llegamos a la
comunidad Moncada donde los pobladores al vernos a todos con nuestras mochilas,
nos saludaban con alegría y más aún, quizás al escuchar las noticias que
hubieron de salir de algunos de los espeleólogos estudiantes de nuestra
escuela, sobre nosotros, que al parecer estábamos perdidos, pero además porque
se rumoraban voces de que Núñez Jiménez saldría en un helicóptero a buscarnos,
sin en horas de la tarde de este día no hubiésemos regresados. Al llegar a la
escuela, quedamos impresionados, pues allí nos esperaban más de 300 alumnos de
todo el país junto al destacado científico cubano Nicasio Viña Vallé, como director de la
Escuela Nacional de Espeleología y otros
miembros del claustro de profesores,
muchos de los alumnos no aguantaron más y corrieron hacia nosotros a
darnos abrazos y preguntarnos sobre el viaje, nosotros muy contentos al ver tan
notable recibimiento y el amor que en verdad nos tenía nuestros compañeros de
estudio. Al día siguiente congregaron a todos los alumnos en la plaza y allí
nos elogiaron con algunos diplomas de reconocimientos. Según nos cuentan otros espeleólogos
que como nosotros pasaron cursos después, esta expedición quedó marcada como
ejemplo de entrega por la profesión. Durante años posteriores en todos los
cursos, la historia de nuestro Grupo de Arqueología Cacique Hatuey quedó
marcada para siempre, pues se les hablan por años a los estudiantes sobre esta
interesante y arriesgada expedición que desarrollamos en este Mogote de Quemado
en Pinar del Río.
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